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domingo, 7 de octubre de 2012

LA DECONSTRUCCIÓN IMPOSTADA


por Paula Provenzano

Hace poco tiempo deslicé algunas reflexiones sobre la impostura en otro portal. No las había llamado así, pero claramente lo son. En su lugar fue utilizado el término “machoprogre”, un neologismo robado que pretende hacer referencia a un tipo ideal de sujeto que describiremos en estas líneas a continuación.
Confiando en que el público se renueva, recuperaremos esos pensamientos, empezando por una aclaración: todas las personas transitamos una vida atravesada por tensiones; contradicciones que nos tironean y nos mantienen alertas. Las pensamos, las revisamos. Muchas, creo, son producto de esa apuesta por algo diferente que habita todavía con lo viejo, con lo que aprendimos, con lo que también somos. En aquella oportunidad, mencionaba las inquietudes famosas como cuestionar los estereotipos de belleza por injustos y violentos y al mismo tiempo pagar mensualmente por tirones que se llevarán casi todos tus pelos, o rechazar de algún modo la academia cuando se vuelve reproductora, acrítica, escindida de la práctica, pero en ese mismo soplo desear terminarla y tener un título “para ser alguien” según mandato familiar acorde a la clase. Problematizar algunas cuestiones pero no tanto como para poder romper con ellas. Pero, ¿se puede romper con todo?
Ahora, también pensaba que hay algunas contradicciones peores que otras, algunas que hacen mucho daño. Porque son las contradicciones que invisibilizamos, o que nos empeñamos en invisibilizar, que no vemos como tales, y que van en otra dirección, en otro tipo de apuesta que busca más la comodidad que la transformación con otros y otras. Apuesta que también es política. Y ahí estaba la impostura, porque no son ingenuas, no son gratuitas, son apuestas al fin, apuestas contrarias a que el camino de la liberación nos incluya a todAs. Enunciadas con pretensiones de libertad, son reproductoras de la normalidad.
“Las cosas han cambiado” se escucha aquí y allá. Pero el análisis en términos de rupturas, también debería incluir las continuidades. Hoy cualquiera esperaría que sea más difícil encontrar a un machista joven bien de manual, pero es triste cuando vemos que ha cobrado nuevas formas un machismo rancio y careta.
En cierta esfera reducida, definida por un grupo de sujetos caracterizados por ser jóvenes, urbanos, clase media, universitarios, se comenzó a visualizar un proceso de problematización de algunas cuestiones, al comienzo de la mano de algunas compañeras, que fueron las primeras en necesitar modificar algunas prácticas y concepciones por los perjuicios que sufrían. Comenzar por entender las relaciones de género como construcciones sociales e históricas fue el primer paso, al que le siguió el cuestionamiento de los privilegios otorgados al varón y la deconstrucción de pautas en las que se traducían. Pero entonces hubo un límite. Está mal pegarle a una mujer, está mal impedirle su realización personal (“¡que estudien, que trabajen!”), está mal que haya mujeres mutiladas por el aborto clandestino. Entonces ahí los tenés, en las calles, caminando al lado tuyo, exigiendo aborto legal, partidas presupuestarias para la aplicación de la legislación vigente en materia de derechos de las mujeres, igual salario por igual tarea, justicia por los femicidios. En la mayoría de los casos no ven a Tinelli, ni “consumen” prostitución. Pero son los mismos que te van a tratar como una cosa “aunque no quieran”. Son los mismos que siguen pensando que las mujeres tienen que “estar buenas”, son los mismos que bregan por la autonomía femenina pero se sienten disminuidos al lado de una mujer que no los necesita sino que simplemente los desea, y ni a hablar si a la chica “le va mejor”, o que se quedan pedaleando en el aire si “se dio en la primera cita”, y los que siguen pensando que el lavarropas no es un tema de ellos, pero sí de sus madres, y tampoco el embarazo. Los que se encaran a la amiga de la chica con la que estuvieron, por la supuesta impunidad del falo. Y si están de novios, se aburren, porque la diversión es entre amigOs.
Los que creen, por el mismo orgullo fálico, que su voz es más fuerte y que las decisiones se toman individualmente. Y si se desvinculan, pretenden que te lo informe el viento.
La impostura de plantear lo políticamente correcto desde lo enunciativo, o llevándolo incluso a algunos ámbitos, pero quedándose a mitad de camino, sin querer sentir que las prácticas “íntimas”, “privadas” son en último término también públicas.
Esta figura del copado, del marketing de la revolución. De aquellos que hablan de revolucionar, pero que no creen en lo absoluto que la disputa por los sentidos que se juegan en las relaciones entre los géneros tenga una pizca de importancia.
Los que creyeron que ya leyeron el cuento, que te la pueden contar, los que no vieron que la transformación es cotidiana, constante, colectiva. Los que sólo adhirieron a las grandes consignas. Los que creen estar de vuelta de lugares donde todavía nunca fuimos.
Esperando que esto haya sido una invitación a seguir pensándonos, por esas formas de vínculo, amor y encuentro que aún no hemos inventado; esperando que cuando el fuego crezca nos encuentre en un abrazo verdadero. Porque con los impostores no llegaremos muy lejos, en este juego de mentir y mentirnos queda atrapado un cambio que nos transforme de verdad.




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